Cruzabas
la comarca a golpe de pedal hasta Godella,
te
empujaba la solidaridad con una causa justa
y
te plantaste como una columna de granito
ante
un cabeza cuadrada de uniforme
a
quien le habían otorgado licencia de perro de presa.
Lo
miraste con tus ojos de azabache
y
luego, sin levantar la voz,
lo
informaste de cuál era realmente su trabajo,
servir
al pueblo y no a un poder corrupto.
Asumiste
el riesgo de la coherencia
y
pagaste con tu dinero
la
violencia avinagrada que en este país imponen las togas.
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