Mantengo
el ritmo del poema,
escucho
el latido que me impulsa
a
escribir cada estrofa.
Controlo
la respiración de las palabras,
las
emociones que me pueden hacer desfallecer
y
abandonar en el penúltimo verso.
Solo,
desnudo, con mi dolor y el oficio aprendido
evitando
que la técnica secuestre lo que hago
y
lo deje como un divertimento perfecto.
Soy
un obrero de las letras.
Mantenías
el ritmo de cada zancada,
Controlabas
con inteligencia la respiración,
las
pulsaciones, incluso las emociones,
dosificando
tus fuerzas,
sufriendo
en algún momento del camino.
Corrías
contra ti mismo por placer.
Rodeado
de corredores,
no
pretendías ganar la carrera,
sólo
disfrutar de la experiencia
y
eso era todo y eso era suficiente.
Te
sobraba con saber que podías conseguirlo.
Como
el escritor, con una fortaleza interior inmensa el atleta.
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