Nómadas,
como el viento,
ningún
desierto, ningún oasis nos era extraño.
Y
al encontrarnos pisando los adoquines
de
cualquier plaza o calle
siempre
me preguntabas:
—¿Dónde
vas, pare?
Aún
por las calles, donde baila hip-hop la
suciedad,
lo
sigo escuchando, no es un espejismo del dolor.
—¿Dónde
vas, pare?
—Al
cementerio, hijo. Se me murió la alegría.
¡Madre
mía, frente a la ausencia qué solos nos quedamos los vivos!
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