Ahora que has
atravesado la línea oscura de la verdad:
la de saber
si hay o no vida después de la muerte,
me retornan
como un eco claro y sereno
las preguntas
que me hiciste
y de las que
nunca te ofrecí una respuesta.
—Pare, ¿por qué no te mojas?
Lo decías
como si yo fuese uno de esos poetas
que desde su
torre de marfil
observan con
desdén el devenir del mundo.
—Pare, ¿por qué no te mojas?
—Hijo, porque
el último torbellino de un naufragio
me estaba
arrastrando irremediablemente
hacia las
profundidades tenebrosas de la depresión.
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