diumenge, 15 d’agost del 2021

XXV

 



De las pocas cosas que aprendí

durante mi patético paso por el ejército

hubo la de saber emplear un peine y unas tijeras.

Durante un año pasaron por mis manos

tantas cabezas como por las de Madame Guillotine

durante el reinado de terror francés;

todo el mundo me pagaba con una caña de cerveza.

Llegué a beberme toda la cerveza

que aparece en la poesía de Bukowski.

A pesar de la práctica, nunca

alcance el nivel suficiente

como para poder ejercer el oficio

una vez licenciado de las fuerzas armadas.

Pelé a mi padre, a mi padrino...

También fui tu peluquero.

Tenías un cabello fuerte, sano, agradecido,

un nacimiento en el cuello perfecto

y un puente sobre la oreja bien definido.

Tus cabellos soportaban con armonía los trasquilones

y las escaleras hacia ninguna parte.

Te cortaba el cabello y a ti te gustaba,

como a un maestro de obra, dirigir la operación.

Sabías con una exactitud milimétrica lo que querías.

Eres consciente de que detrás de un corte de pelo

hay una manera de ver y entender el mundo,

y no querías que nadie en nombre de la moda te definiera.

De tu imagen, como de tu destino,

tenías que llevar tú el timón.