De las pocas
cosas que aprendí
durante mi
patético paso por el ejército
hubo la de
saber emplear un peine y unas tijeras.
Durante un
año pasaron por mis manos
tantas
cabezas como por las de Madame Guillotine
durante el
reinado de terror francés;
todo el mundo
me pagaba con una caña de cerveza.
Llegué a
beberme toda la cerveza
que aparece
en la poesía de Bukowski.
A pesar de la
práctica, nunca
alcance el
nivel suficiente
como para
poder ejercer el oficio
una vez
licenciado de las fuerzas armadas.
Pelé a mi
padre, a mi padrino...
También fui
tu peluquero.
Tenías un
cabello fuerte, sano, agradecido,
un nacimiento
en el cuello perfecto
y un puente
sobre la oreja bien definido.
Tus cabellos
soportaban con armonía los trasquilones
y las
escaleras hacia ninguna parte.
Te cortaba el
cabello y a ti te gustaba,
como a un
maestro de obra, dirigir la operación.
Sabías con
una exactitud milimétrica lo que querías.
Eres
consciente de que detrás de un corte de pelo
hay una
manera de ver y entender el mundo,
y no querías
que nadie en nombre de la moda te definiera.
De tu imagen,
como de tu destino,
tenías que
llevar tú el timón.
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