Escuálida,
pequeña, negra como el carbón,
con
los ojos grandes, amarillos y enfermos.
Llegó
a casa de la mano de tu hermano
y
la llevamos directa al veterinario.
Nos ocupamos de ella
y
la gatita te eligió a ti como compañero de juegos,
como
amigo con quien pasar
las
horas de silencios y complicidades.
Al
hacerse mayor cuidaba de ti como una madre,
la
Maregata, te besaba, te lamía el
cabello.
Pasaba
las horas a tu lado hasta que te trasmitió
el
gusto por la independencia de los felinos
y
la necesidad de convencer a través de la seducción.
Te
ha sobrevivido, es tan vieja como una tortuga.
A
veces te llama desde la puerta de tu habitación
y
al no obtener respuesta la Maregata
llora como una vieja centenaria.
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