Entendías
el equipo como una unidad en la diversidad.
Siete
jugadores sobre la pista de balonmano,
cada
uno con un espacio, una misión,
portero,
extremo, lateral, central y pivote.
Atacar
haciendo volar la bola de una a otra mano.
Defender,
retroceder, avanzar
leyendo
en el gesto o en una mirada fugaz
los
resortes de una estrategia.
Desde
niño conocías las reglas a fondo,
con
los años fuiste árbitro, entrenador,
y
a pesar de tu tirada ácrata
cumplías
con cada una de ellas.
Juego
limpio, leal, sincero, correcto.
Pronto
aprendiste a reivindicarte,
¡nadie te regaló nada!,
tú
nunca te cansaste de ser generoso,
qué
vamos a hacer, el animal humano es como es.
A
pesar de ser el menos fornido,
luchabas
cuerpo a cuerpo con tozudez hasta que
conseguías
romper la muralla,
entonces
hacías o recibías un buen pase
y
la bola se estrellaba victoriosa en la red.
Mientras
el equipo celebraba las jugadas,
tú,
solo en casa, escribía la crónica para el periódico.
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