Cae el sol vertical y inclemente
sobre
el camino de los Antígons,
los
campos sedientos esperan la tanda de riego,
tres
individuos surfean la ola de calor.
De
golpe rompe el silencio el sonido de un teléfono
que
anuncia el traspaso de un ser querido.
La
madre, más pequeña que nunca, grita afligida y llora.
El
hijo la acoge entre sus brazos,
la
arrulla con ternura y la consuela.
Dieciocho
días más tarde
la
madre volverá a sentir
que
el mundo se hunde bajo sus pies
y
maldecirá dominada por la pena
sin
tener su hijo a su lado para consolarla.
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