Desde
la adolescencia, quizá incluso antes,
cuando
corrías medio desnudo entre los ciruelos
mientras
los adultos preparábamos la paella,
que
no podías soportar el dolor, el suplicio
de
la gente que la vida había herido.
Podía
sonar el teléfono en la madrugada
y
tu, despierto, pasabas horas pegado
al
aparato velando por tu amigo.
O
salías de casa escondidas como un ladrón
y
bajo la luna con la bicicleta cruzabas el término municipal
para
escuchar tu amiga que te necesitaba
y
le ofrecías la rosa blanca y roja de tu sonrisa,
y
tu maullido de ánimo y de coraje.
Sigue
siendo un buen gato
y
desde allí donde estés cuídanos
como
sólo tú lo sabías hacer.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada