El
sol se alejaba por los senderos de la Calderona,
en
nuestro viejo coche te acercan hasta Sagunto,
y
te dejaba en la puerta del polideportivo
donde
una hora más tarde te recogería.
En
el bolsillo llevabas tu acreditación,
un
bolígrafo mordisqueado y una libreta medio estrujada.
Entrabas
y seguro de ti mismo te sentabas
junto
a los profesionales con sus ordenadores,
unos
profesionales que iban haciendo crecer
con
oficio los diversos párrafos de su artículo.
Tú
tomabas notas, como lo hacías en clase.
Eres
el más pequeño de todos,
demasiado
tierno para el trabajo,
deberías
estar en casa.
Disfrutabas
del partido jugando a hacer de cronista deportivo
de
un club de balonmano de la división de honor.
El
más pequeño de todos,
demasiado
tierno para la vida,
elevaba
la bandera de la libertad de expresión.
Ram,
ram, pataplam.
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