No podremos leer nunca más en tus ojos,
esos
ojos grandes, expresivos, de iris de azabache.
Eran
libros abiertos que emitían luz,
que se dejaban leer cada párrafo
de
una manera honesta, transparente.
Había
en ellos tatuada la alegría,
la
joya de la vida en las dos pupilas.
Bajo
las cejas espesas y las largas pestañas,
navegaba
bajo el blanco ocular
el
deseo, la amistad, el amor, la alegría,
tu
espíritu pícaro y divertido
y
esa capacidad tuya para ver
lo
que a los otros se nos escapaba.
No
podremos leer nunca más en tus ojos,
la
sombra tenebrosa de la pena
los
había tomado como rehenes.
No
podremos disfrutar nunca más de tu mirada.
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